jueves, 15 de abril de 2010

Receta de Mujer




Las muy feas que me perdonen, más la belleza es fundamental. Es preciso que haya en todo eso algo de flor, algo de baile, algo de haute couture. En todo eso (o si no que la mujer se socialice elegantemente en azul como en la República Popular China).
No hay término medio posible. Es preciso que todo eso sea bello. Es preciso que de pronto se tenga la impresión de ver una garza apenas posada y que un rostro de vez en cuando adquiera ese color único del tercer minuto de la aurora.


Es preciso que todo eso sea sin ser, pero que se refleje y florezca en el mirar del hombre. Es preciso, es absolutamente preciso, que sea todo bello e inesperado. Es preciso que unos párpados cerrados recuerden un verso de Eluard y que en unos brazos se acaricie algo más allá de la carne: que se les toque como el ámbar de una tarde. Ah, déjenme decir que es preciso qu
e la mujer que está allí como la corola ante un pájaro sea bella o tenga por lo menos un rostro que recuerde un templo y sea leve como un resto de nube: mas que sea una nube con ojos y nalgas. Lo de las nalgas es importantísimo. De los ojos, entonces ni decirlo: que miren con cierta frialdad inocente. Una boca fresca (nunca húmeda) es también de extrema/pertinencia.
Es preciso que las extremidades sean flacas; que unos huesos sobresalgan, especialmente la rótula en el cruzar de piernas, y las puntas pélvicas cuando se enlaza una cintura ondeante.

Gravísimo es sin embargo el problema de los huesos claviculares: una mujer sin ellos es como un río sin puentes. Indispensable que haya una hipótesis de barriguita, y en seguida la mujer se alce en cáliz, y que sus senos sean una expresión grecorromana, más que barroca o gótica y puedan iluminar la oscuridad con una potencia mínima
de5bujías.
Es muy menester que calavera y columna vertebral casi se muestren; y que exista un gran latifundio dorsal, que los miembros terminen como tallos, y bien haya un cierto volumen de muslos y que sean lisos, lisos como el pétalo y cubiertos de suavísima pelusa, sensibles, sin embargo, a la caricia a contrapelo.

Es aconsejable en la axila una dulce gramilla con aroma propio. Casi imperceptible (un mínimo de productos farmacéuticos!)
Preferibles sin duda los pescuezos largos de manera que la cabeza dé a veces la impresión de ser ajena al cuerpo, y la mujer no recuerde
flores sin misterio. Pies y manos deben contener elementos góticos
discretos. La piel debe ser fresca en las manos, brazos, dorso
Y rostro, pero que las concavidades y los huesos tengan una temperatura nunca inferior a los 37 grados, pudiendo eventualmente provocar quemaduras de primer grado. Los ojos, que sean de preferencia grandes y su rotación al menos tan lenta como la de la tierra; y que estén siempre más allá de un invisible muro de pasión
que es preciso traspasar. Que la mujer sea en principio alta
o, si baja, que tenga la actitud mental de las altas cumbres.

Ah, que la mujer dé siempre la impresión de que, si cerráramos los ojos, al abrirlos ella ya no estaría presente con su sonrisa y sus enredos. Que ella surja, no que venga; que parta, no que se vaya
y que posea una cierta capacidad de enmudecer súbitamente
y hacernos beber la hiel de la duda. Oh, sobre todo que no pierda nunca, no importa en qué modo, no importa en qué circunstancias, su infinita volubilidad de pájaro; y que acariciada en el fondo de sí misma que transforma en fiera sin perder su gracia de ave; y que
exhale siempre el perfume imposible; y destile siempre la embriagadora miel; y cante siempre el inaudible canto
de su combustión; y no deje de ser nunca la eterna bailarina
de lo efímero; y en su incalculable imperfección constituya la cosa más bella y más perfecta de toda la creación innumerable.

Vinicius de Moräes

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